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Una clase sensacional de ocho minutos, otra de dos. Introducción a la pedagogía molecular

Cápsulas de conocimiento y la pseudoprimacía de la demanda de aprendizaje

Lo de los formatos cortos es algo que venimos experimentando hace mucho tiempo. Como estamos quizás demasiado atados a lo audiovisual, a lo mejor no le habíamos hecho el merecimiento que se debía a la palabra oral. Pero que hace mucho que imaginamos que lo formación no pasa ni debe pasar por una boca abierta que recita durante 2 horas y por oídos adormecidos que hacen como que escuchan, fue parte de nuestro breve pero fructífero paso por el movimiento edupunk, que nosotros ayudamos a conformar.

Pero no es cuestión de hacer escuela ni de formar parte de escuelas, sino de ir cambiando de piel según la estación. Especialmente en un mundo que las ha perdido, y donde la primavera y el invierno curiosamente se trasvisten mutuamente.

Que hay alternativas a esos formatos adocenados largos y aburridos lo estamos comprobando con iniciativas como la Khan Academy, Code Academy para no hablar de los mil y un sitios que almacenan contenido granular y que prometen una dieta a medida en base de cápsulas de conocimiento.

Las propuestas son interesantes pero no van demasiado lejos, siguen atadas al modelo curricular, suponen que por achicar la demanda de tiempo de atención de la gente, los (micro)-contenidos serán mejor recibidos y procesados y, fundamentalmente, están asociadas a una nueva versión de la transmisión, solo que esta vez bajo el formato de demanda a medida.

Mamushkas pedagógicas

Porque de lo que se trata no es de invertir el orden de los productos (pasar de la primacía de la oferta a la de la demanda de eduación), eligiendo a partir de un menú preseleccionado «lo que hay», sino de inventar el (su) propio menú. Pero esto significa pasar del orden del consumo pedagógico (epitomizado en los portales pero también en la mayoría de los xMOOC´s a excepción de los cMOOC’s al estilo de Siemens/Downes/Cornier, que no parten de un curriculum prefijado) al orden de la producción, y eso es harina de otro costal.

No volvamos a las tonterías de siempre, buscando contraponer la excelencia de los diseñadores curriculares (que difícilmente lleguen a destino porque la mayoría de los docentes no son el vehículo adecuado para bajar sus «supremos destilados»en las clases), a la buena voluntad de los aprendices que se agota tratando de reinventar la rueda y encima no lo logran.

Busquemos otras aristas para tratar de entender cómo es posible aprender de otro modo. Es lo que está haciendo el poeta Manuel Hernández quien acaba de inaugurar en el espacio Plataforma en Bogotá una muestra/exposicion/intervencion/divertimento pedagógico al que denominó La soledad del poeta con un experimento audaz.

Formalmente se trata de un diálogo entre pantallas donde el poema es tratado como un archivo. Tras regresar de Europa en 2010 Manuel trajo al poema Regreso a la Ciudad Perdida, en la computadora. Era respuesta a otro poema La Ciudad Perdida de 25 años atrás. Y como el poeta es un maestro de la ambigüedad y la anfibología, podríamos pasarnos días tratando de desmenuzar/deconstruir su mensaje/habitáculo.

Algo que seria inútil y desaconsejable, si no entendemos que el living que Manuel ha armado dentro de un Lab que remeda una galería de arte, y que se propone como performance, aunque los actores son los invitados, apunta a otra cosa mucho mas interesante y llamativa que al convencional jugueteo estético. Se trata de encastrar espacios divergentes unos dentro de otros, cual mamuschkas rusas, y en el trayecto de reinventar la pedagogía. ¿Porqué no?

Un pechakucha de experiencias vividas

La exposicion/performance/mediamorfosis tuvo un inicio con el lanzamiento y los invitados que libaron y comieron nachos, el viernes pasado, pero después derivó en una serie de conversaciones con el poeta azuzadas por los centenares de libros que llevó de su preciada biblioteca, y que invitan al participante a crear entornos personalizados de lectura, hábilmente sazonados por comentarios o sugerencias de conexión con otras obras anexas, cuando el poeta así lo decide, servidas en mano.

Pero pasado ese momento previsible, viene lo verdaderamente interesante. El espacio salta de espectáculo o biblioteca a medida, y se convirtie en un aula invertida. Sin que el participante lo sepa es hora de que el o ella den una clase que puede oscilar (lacaniamente) entre los 2 y los 8 minutos, o quien sabe si as o menos. A mi me tocaron 8 provechando un comentario al pasar que le habia hecho a Manuel el viernes, hablando de mi viaje iniciático al Paris de Foucault en 1968.

Así que después de fisgonear una guía parisina made in 1907 con pie de imprenta en Leipzig, El libro de los pasajes de Benjamin, un libro de Fragmentos suyos y la esperable Rayuela de Cortázar (menú que me preparó Manuel), fue el momento de cumplir con la máxima deleuziana (pero sin que Manuel cobrara por ello) de dar mis estados vividos y que el Otro nos devuelva nuestros fantasmas.

Con dedicación, con precisión, con delectación, combinando la entomología con la espeleología Manuel dictaminó que mi palabra clave era deslapsado (en referencia a haber llegado a París 6 meses después del mayo Francés, y en haberme perdido el Cordobazo por 6 meses). Pero lo llamativo no fue tanto el diagnóstico certero (¿me habrá convertido eso en un deslapsado ontológico, epistemológico, pedagógico?), sino la idea de «transaccionar» (no de transmitir) nuestra vida (es decir las ideas encarnadas en nuestra vida), no tanto las ideas de otros convertidos en un ready-made sin potencia duchampiana alguna.

Queda claro que la combinación de un formato corto, básicamente oral, con un realce de la experiencia vivida y con una institucionalidad por definir, están en la base de esta universidad del Futuro. Como hacerla es el gran desafío. Mientars los cobayos abundan y ayudan en esta definición, y nosotros somos parte del experimento.

El chico que quería que le leyeran Rayuela

No habíamos terminado de sorprendernos con estos juegos de lenguaje, cuando llegó un adolescente que terminaría siendo estudiante de ingeniería, y cuya miniclase magistral de dos minutos consistiría en reconstruir porqué había querido alguna vez leer Rayuela (algo que no logró hacer, lo que tampoco importó demasiado), y que insistió perentoriamente en que Manuel le contara de qué se trataba.

Socráticamente el poeta no hizo nada por el estilo, y enigmática y elípticamente trazó dos series que se anulaban mutuamente como eje central de la problemática de la Rayuela (ver foto arriba). No entendí la metáfora, no sé si el chico tampoco lo hizo, pero cuando Manuel amenazó con irse y el chico le preguntó si se marchaba, Manuel le dijo no «El que te vas sos vos, tu clase está terminada».

Y nos fuimos, también nuestra clase estaba terminada (había también una señora en la sala y estaba Kata una de las codiseñadoras del neolab de la Tadeo ), y al rato nos lo cruzamos a Manuel en un restaurante de la Candelaria a una cuadra de su casa. Y volveremos el lunes con los alumnos de Kata, y quedaron muchas cosas sin decir, ni contar, pero que aquí hay una pepita de oro acerca de las micropedagogías que generaremos en breve no les quepa la menor duda.

Una educación convencional que aburre, que no genera aptitudes para la empleabilidad, que finalmente deja a todo el mundo descontento, muy especialmente a los alumnos, y de paso convierte a los docentes en robots pedagógicos (de los malos) no tiene salida posible. Si no es a través de nuevos espacios, como éste, de nuevos formatos, como éste, de nuevas sensibilidades, como la que exhibió Manuel, muy afines al mejor Alejandro Jodorowsky. Chapeau!

Y si -como bien escribió Hemingway- París fue una fiesta en los 20, y nosotros la descubrimos en los años 60, no hay duda de que Bogotá es una fiesta hoy, y por suerte nosotros formamos parte del juego, aunque no sabemos cuan deslapsados estamos/estaremos esta vez. Seguramente eso es parte del encanto.

 

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