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Lágrimas

Una reflexión sobre el curso de verano que acaba de pasar.

En el último teórico hubo lágrimas.

No quedó registrado pero ahí estaban, escondidas entre los aplausos.

Es que el cierre estuvo a la altura del camino, que había ido muy alto. Había ido muy alto durante los dos meses previos pero también lo había hecho durante el año anterior, y el anterior… y durante las dos últimas décadas. El cierre era doble.

Casi 50 estudiantes ya habían entregado y presentado sus trabajos finales, pero sin embargo ahí estaban, en un último teórico de (doble)cierre: una canción sobre quiénes somos, muchas palabras de CátedraDatos y muchas palabras de los estudiantes, entremezcladas todas en un ida y vuelta de agradecimientos y felicitaciones. Varios anticiparon sus palabras con el conocido “para ir cerrando”, “por último”… pero seguían apareciendo voces nuevas y minuto a minuto la cursada parecía extenderse un poquito más. Y claro: nos queríamos quedar.

Habrá mucho escrito sobre cómo se trabajó y qué se hizo, sobre los contenidos y sobre los productos finales. Pero lo importante ahora son las sensaciones: hubo lágrimas y nos fuimos a un bar.

El teórico se trasladó a dos mesas y pocas sillas, a unas cuadras de la Facultad. Un par de pizzas, algunas papas con cheddar y bastante cerveza. Se escuchaban algunas historias viejas y otras tan nuevas como Westworld y el Coronavirus.

Veníamos hablando del Coronavirus desde enero, como un escenario que se asemejaba a la ciencia ficción pero que cada vez se volvía más tangible. Y cumpliendo con su rol ensayístico, la ciencia ficción nos enseñó y nos guió hacia nuestra propia película, para la que por supuesto no estábamos preparados: éramos 50 personas en dos mesas y pocas sillas. Exactamente una semana después Argentina y medio mundo estaban bajo una cuarentena obligatoria y aquel encuentro de cierre parecía otra época. Y de hecho así era.

Mucho habrá escrito también sobre este antes y después. Pero en lo que respecta a nosotros, el quiebre temporal hizo que la experiencia sea aún más inolvidable: fuimos testigos y analistas privilegiados del avance de la narrativa viva más grande de la historia y llegamos justo a tiempo para despedirnos y luego aislarnos hasta nuevo aviso.

La pregunta sobre qué nos hace humanos que guió la cursada (en todas las variables que tomó durante el verano) quedó latiendo inevitablemente en todas nuestras cabezas, ahora encerradas y con tiempo de sobra para recorrer inútilmente los recuerdos de cuando sí podíamos tocarnos la cara y secarnos las lágrimas.

Gracias. Enzo.

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