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Fundamentación

Nos ha tocado vivir un momento  en que  proliferan  las alianzas entre sujetos y tecnologías. Desde la observación más pedestre de nuestra cada vez mayor dependencia del teléfono celular hasta la sofisticada pero posible creación de órganos con impresoras 3D, parece que los cuasi-sujetos de Bruno Latour -el descarriado filósofo francés que hace años viene insistiendo en superar las dicotomías sujeto-objeto, naturaleza-cultura, y últimamente humano-digital– no sólo se han materializado, sino que ejercen un gran nivel de performatividad en nuestras vidas, aún en aquellos aspectos que, seguramente creemos,  reservamos a nuestras emociones, nuestras preferencias  estéticas, nuestra sociabilidad. Nos gusta pensar todas estas cuestiones “libres de tecnología” ¿Pero es esto posible? Los objetos que proliferan en nuestra vida cotidiana ¿lo hacen sólo instrumentalmente, o intervienen activamente en la construcción de nuestra subjetividad, nuestro pensamiento, y últimamente, de nuestras emociones? Indudablemente, de la interrelación entre la materia viva y la digital emerge, o está por emerger,  una nueva materialidad. El post humanismo está entre nosotros. Sin embargo, las ciencias sociales, las ciencias de la comunicación, las humanidades ¿se han detenido a reflexionar, a proyectar, a pensar creativamente la interrelación entre estas materialidades?

Hace muchos años que la World Wide Web ha dejado de ser un gran archivo de información. Devenida en máquina de construcción de subjetividades y sociabilidades, especialmente luego de la burbuja tecnológica del año 2000, y superado el entusiasmo inicial provocado por la producción y el control de  los contenidos en las redes sociales, es momento de preguntarse ¿cómo vuelven a nosotros todos los rastros que dejamos los usuarios de nuestro paso en la red? Las ingentes cantidades de información que introducimos en las redes, toda nuestra big-data, es almacenada en bases de datos, etiquetadas con metadatos, mapeadas para su localización, asociadas a nuestro historial. Los algoritmos sociales hacen su trabajo opaco, silencioso, autónomo: determinan qué podemos conocer y cómo podemos relacionarnos con los demás, como espejo que devuelve nuestra imagen. Objetos técnicos con fuerte presencia en la vida cotidiana, aún en la vida de relación, en los placeres estéticos, en la gestión de los espacios, los algoritmos sociales son nuestros fantasmas en la máquina. La invitación para este cuatrimestre es pensarlos y reelaborarlos de diferentes modos: atentos a la amenaza, pero prestos también a reinventarlos como artefactos interesantes para  nuestra propia vida, porque según es sabido, los fantasmas no existen si sabemos develar los mecanismos que crean sus figuras.

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