Todo colectivo de humanos y no humanos, para ir aproximándonos a los términos del autor que presentamos hoy en esta clase, que se dedica a la producción y re-producción de conocimiento tiene su episteme: un marco cognitivo que “regula” su acción. En ese sentido, nosotros tenemos los nuestros, que pueden figurar o no en los diferentes programas, pero que se encuentran implícitos en nuestras creencias y en nuestro modo de posicionarnos frente al conocimiento. Para nosotros, Bruno Latour es uno de esos autores, al igual que Richard Sennett, o Marshall Mc Luhan y el grupo de Toronto, y últimamente Lev Manovich o Franco Moretti. Vale la pena entonces suspender momentáneamente la analítica de YouTube y la cultura visual, y poner en juego lo que llamaremos “la actitud Latour”. Espero puedan empezar a vislumbrarla al final de esta exposición, que continuaremos en otra clase (si no es en la que viene, será en la posterior). El camino es largo: tendría que recorrer un mapa que comienza con los estudios sociales de la ciencia de los años 70 en París y que termina en abrir la caja negra de YouTube en el 2014. Yo creo que podemos recuperar ese recorrido en un par de clases y de paso conocer un pensamiento luminoso, redefinir nuestras relaciones con los objetos y acercarnos más a una técnica o a una sociotécnica que cada día más se plantea como evidentemente constituyente de la subjetividad humana.
Comencemos, como ya lo hemos hecho muchas veces, con una anécdota cotidiana. Buscando yo algunas imágenes para armar esta clase, envié un correo electrónico a un familiar muy cercano, se imaginarán a quién, mostrándole un conjunto de gatitos fluorescentes. Saben ustedes por teóricos anteriores que nos encantan los gatos y los licuados. Recibí esta respuesta: ¿Qué son… son naturales? Y esa pregunta-respuesta me hizo acordar muchísimo a la pregunta con la que abre su libro “La esperanza de Pandora”, publicado en 1999 , Bruno Latour. Resulta que lo invitan a una reunión científica donde un famoso psicólogo le pregunta ¿Cree usted en la realidad?
Nosotros, ya saben, nosotros, los que leemos a Verón y a Peirce y Berger y Luckmann. ¿Qué contestaríamos a esta pregunta? ¿Ustedes qué contestarían? Pero Latour le contesta, al que le hace la pregunta, que sí, que él cree en la realidad. Le contesta al preguntador lo que él no quiere escuchar, que es que sí, que cree en la realidad. Es que el preguntador quiere levantar un dedo acusador contra Latour. Quiere polemizar con él. Latour se da cuenta del movimiento: divide y reinarás. Por un lado los hombres de la ciencia, tan preocupados ellos por descubrir la realidad, y por el otro los sociólogos de la ciencia, tan preocupados por mostrar que nada de realidad, todo construcción social, simbólica, relativa (ésta es por supuesto, la visión del preguntador, no la de Latour). Pero no. Latour le contesta que él cree en la realidad (lo cual es cierto, pero no del todo, pero no se quiere pelear ni con el preguntador ni con los científicos que están ahí porque Latour no quiere dividir para reinar. Él quiere unir para reinar). Hacia el final de ese capítulo podremos entender, tal vez, en qué clase de realidad cree Latour. Entonces, los gatitos fluorescentes, ¿son naturales? Y podríamos seguir preguntando: ¿los dinosaurios son naturales? Y ¿los ornitorrincos? Y ¿la oveja Dolly? ¿Pero hay una realidad allá afuera? ¿Y afuera de dónde? ¿Y todo esto qué tiene que ver con esta materia? Quiero anticipar que sólo me haré cargo de esta última pregunta, pero no van a saber la respuesta por un tiempo, tal vez la próxima vez que conversemos con Bruno Latour.
Pero ¿quién es este hombre? Bruno Latour es un filósofo de graduación pero antropólogo y sociólogo de profesión, francés, con mucho éxito en Estados Unidos, poco en Francia y casi ninguno en la Carrera de Comunicación. Es difícil definir su área de interés, porque si bien él se presenta como sociólogo de la ciencia en los capítulos que leerán, por un lado, su proyecto intelectual excede en mucho el estudiar la actividad científica. Su proyecto intelectual es, nada más ni nada menos, que superar las dicotomías a las que nos tiene tan mal acostumbrados y tan bien acomodados la modernidad, tales como “mente-real”, “sujeto/objeto”, “natural/artificial”, “humano/no humano”.
Sin embargo, para llevar a cabo tan gigantesca empresa, por algún lugar hay que empezar, y él empieza por el estudio de la ciencia como actividad científica. En la década del setenta, Latour y su compañero inglés Stephen Woolgar hicieron una estadía de un año en un laboratorio norteamericano, el Jonas Salk, donde hicieron una observación participante de la actividad que allí se desarrollaba en uno de los laboratorios científicos. Lo que hicieron fue un estudio etnográfico interpretativo al mejor estilo Geertz o al mejor estilo Bourdieu etnólogo. El resultado de ese trabajo se publicó en un libro importantísimo que se llama “La vida en el laboratorio”. El trabajo fue fundamental, por un lado porque fue la primera vez que un cientista social entraba a un laboratorio a hacer una observación empírica. Los estudios de la ciencia existían desde antaño. Merton había sentado sus bases unos treinta años atrás y luego en los años ’60 las teorías de Kuhn habían reconocido a la ciencia como una actividad social donde la idea de completa objetividad se pone en cuestión, pero nadie había entrado a un laboratorio a mirar lo que pasaba adentro. El laboratorio científico era una caja negra. Se hablaba del carácter institucional de la ciencia, se hablaba de los hallazgos científicos (a los que todavía se denominaba “descubrimiento”), pero nadie sabía qué pasaba adentro de los laboratorios, que era la unidad de producción de la ciencia. Y qué vieron Latour y Woolgar allí: ellos pudieron ver cuál es el procedimiento por el cual un hecho se convierte en un hecho científico. Y ese procedimiento no es ni más ni menos que una cadena de producción y de transformación de un objeto en un símbolo (obsérvese que no de sustitución, sino de transformación). Y allí empieza un proceso paciente de pegar lo que el hombre ha separado: el mundo, del lenguaje. Esa cadena de producción de hechos científicos se logra a través de un conjunto de prácticas que pueden resumirse en tres: movilizar recursos, imponer argumentos, y borrar modalizaciones.
En ese proceso de pasaje, la intervención de los instrumentos científicos son muy importantes: están los instrumentos que marcan, los que recortan, los que amplían, los que miden, y los que inscriben. Y a su vez, estos instrumentos son también productos de la ciencia, y son construidos, y son a la vez, cajas negras. Lo que los laboratorios tienen de fascinante también lo tienen de opacos:
“Los laboratorios son lugares excelentes para comprender la producción de la certeza y por este motivo disfruto tanto estudiándolos, sin embargo tienen el grave inconveniente de reposar sobre el infinito sedimento de instrumentos, lenguajes y prácticas”
Cuando lean el capítulo 2 del libro, “La referencia circulante”, van a poder acceder a esa narrativa de los hechos científicos, pero esta vez situada no centralmente en un laboratorio, sino en la selva amazónica. En ese lugar, cuatro científicos, tres franceses y un brasilero, intentan distinguir una zona de transición entre la sabana y el bosque. En ese emprendimiento, interviene un colectivo de actores humanos y no humanos que en su vinculación describen redes y ciclos. Los actores humanos son, por supuesto, los científicos. Pero también los choferes que manejan las camionetas, los gobernantes preocupados por el destino del Amazonas, los periodistas atentos al cambio ambiental, los empresarios que quieren explotar la zona. Con todos esos elementos, no les es difícil a los investigadores conseguir fondos para llegar hasta el paraje. Apenas llegan, demarcan la zona con carteles numerados y estacas: han trasladado el laboratorio al Amazonas. Sin embargo, no pueden los científicos trasladar el Amazonas al laboratorio. Es así que buscan “un portavoz” del bosque: un garante, un representante del todo que se quiere estudiar. Este es el aislamiento de un espécimen que se empaqueta, etiqueta, clasifica y traslada. La ciencia actúa siempre desde esa doble operación: en un primer momento, acerca a los objetos al laboratorio, pero en un segundo momento, los aleja. Es como si nunca hubieran estado allí. Como si siempre hubieran pertenecido a la naturaleza. El sueño moderno. Los instrumentos, cumplen la función de volver artefactos a los representantes. Los artefactos son constructos sobre los cuales se pueden extraer conclusiones. Son los gráficos de Moretti, las representaciones visuales de Manovich, el mapa del tesista que mostramos antes. Hay que decir que Latour también construye sus propios artefactos sobre los que saca conclusiones: el plano del laboratorio, las fotos a los científicos y sus instrumentos (los trabajos de Latour vienen con abundantes fotos, son sus representantes, sus artefactos). Esos artefactos luego serán convertidos en números, cuadros, textos. Esos textos, si pasan la zona controversial de la evaluación de pares, serán convertidos en publicaciones. Con la publicación, el hecho científico ha sido construido. La comunicación de resultados ha conferido mayor prestigio al investigador, quien merced a ese prestigio volverá a conseguir fondos, y el ciclo comienza otra vez.
El referente de un texto científico es un gráfico, un mapa, un valor. El referente de ese valor es el representante. El representante es un fragmento portador de la voz de un objeto de gran tamaño que fue a su vez reducido y aislado mediante otros instrumentos que en sí mismos son también hechos científicos aislados, numerados, graficados, textualizados ¿Y dónde está la naturaleza allí?
Hemos tomado a la ciencia por una pintura realista, imaginando que se dedica a hacer una copia exacta del mundo.
Al proceso de nominación de un hecho científico, Latour lo llama “referencia circulante”: la referencia del texto es interna, hacia el artefacto o representante, no externa, hacia la totalidad del Amazonas. Pero si alguna parte de la referencia se corrompe, si algún eslabón de la cadena se pierde, entonces deja de haber una referencia, y por consiguiente, deja de haber hecho científico. Pero también, a lo largo de toda la cadena persiste algo, al menos una parte, de la referencia primaria. En este caso, el Amazonas. Con lo cual, los hechos científicos no son completamente externos al laboratorio, pero tampoco son completamente internos a él. Es así que surge el concepto de “híbrido”. Los hechos científicos no son objetivistas (completamente naturales), ni relativistas (completamente culturales). Son cuasi-objetos. Híbridos entre naturaleza y cultura.
En la teoría de Latour, ésta es la mitad de la historia. Siendo el proceso de construcción reflexivo, veremos que los sujetos también son híbridos: entre la técnica y la naturaleza. Cuasi-sujetos. La técnica tiene mucho que ver con ese proceso. Notarán que he tratado en lo posible de abstenerme de pronunciar palabras como “natural”, “social” de una manera positiva. Latour también, y es por eso que se ve obligado a fundar una nueva teoría, un nuevo lenguaje y un nuevo concepto de subjetividad. Si el mundo está compuesto de híbridos entre objetos y sujetos, dice Latour, comencemos a pensar en una historia de las cosas, a pensar que las cosas tienen derechos, y a pensar en un parlamento de las cosas. Empecemos a disolver el pacto de la modernidad. Y aquí los dejo, hasta la semana que viene. Y ahora Estela nos muestra algunos artefactos construidos por su tesista Julio Alonso.
Comentarios
InterLink Headline News 2.0 — Interlink Headline News Nº 7055 del Jueves 29 de Mayo de 2014
[…] EDITORIAL BRUNO LATOUR ¿CREE USTED EN LA REALIDAD? Editora invitada Post original […]
Úrsula Bischofberger
Muchas gracias por este artículo, Gabriela, que me contextualiza perfectamente a Bruno Latour, y me prepara mejor para leerlo.