Teclas, números que se (re) constituyen en una pantalla híbrida. Ella inmanta e hipnotiza. Ella nos habla, nos canta, nos duerme, como si por sí misma tuviera vida. Pantallas: nuevos cantos de sirenas.
Nos conecta con los Otros, nos avisa sus movimientos, sus pareceres, sus “instantes”. Un minuto a minuto, se convierte en los abismos de las relaciones: I’ll love you, another time. Another time?
Los ojos se arrastran por un teclado inexistente. Forman y re elaboran el comienzo de palabras y un algoritmo que fue aprendiendo de nuestros usos y costumbres termina de hablar (escribir) por nosotros (eso que Olson, allá lejos en el tiempo discutía y argumentaba con toda la escuela de Toronto: ¿será tiempo en que la escritura sea la transcripción del habla?).
El predictivo, nos roba ese pedazo de caricia que comenzamos a elaborar en nuestro pensamiento. Susurra por nosotros, respira y se desplaza a la totalidad.
Explosiones, expresiones que se escurren a lo etéreo, a la inmanencia. Nada sigue siendo lo mismo. Somos perfiles, interacciones enraizadas y encapsuladas en arquitecturas de información. Nuestro devenir hecho imagen, sonido.
El tiempo y sus continuidades se aceleran, en el contacto con los Otros. Sherry Turkle nos advierte: conectados pero solos. Las nuevas formas de sociabilidad en esta modernidad tardía desplaza, reconfigura e instituye un nuevo el espacio –lugar – tiempo de los sujetos.
Ya no son los mismos “tiempos de espera”, ya no son los mismos espacios de frustración, ya dejamos de explicar y argumentar. Un presente continuo fijado en la navegación de una Timeline. A veces, la misma tan efímera que nuestras micro narraciones, mueren. ¿Por qué escribir, si la permanencia en registros de memoria, se borran según el seteo del usuario. ¿Qué motoriza esa intención? ¿La presencia instantánea? ¿El destello o sonido en la pantalla del Otro?
El tiempo se desarma, atenta la misma temporalidad que lo contiene. Otras habilidades cobran vida y disfrazan nuestra socialidad: emoticones, imágenes, links, gifs se embarcan en dar cuerpo a lo que deseamos expresar. A aquello que deseamos representar. En un mundo encendido, estar conectado es lo que aparentemente nos sostiene. Nos edifica y restituye en el vínculo. La pregunta es ¿A qué precio? ¿Es suficiente? ¿Somos aquello que plasmamos en nuestras pantallas? ¿Somos “esa escritura”? Si nos editamos todo el tiempo, ¿qué sucede cuando estamos a “carne viva” con el Otro. ¿Qué disfraz o tamiz nos cubre?
Conversar. Soportar el silencio. Interactuar. Hacernos responsables de nuestras palabras en el rostro del otro. Recibir su opinión. Evaluar las distancias y los encuentros. Herir. Aprender. Argumentar. Explicar. Describir. Escuchar. Face to face. Turkle enfatiza la pérdida de habilidades sociales como las mencionadas. El desierto de la soledad se hace presente. El oasis digital nubla nuestra vista y nos confunde.
Comenzamos conversaciones paralelas, abrimos canales, pantallas pero estamos solos. Cómo suplir la textura del Otro, su color, su tibieza. Los audios, son artilugios modernos de sentirnos cercanos. Pero el Play se encuentra presente en su ejecución. Cómo intentando hacer “click” en el aire. A partir de allí, nos arropamos digitalmente, nos cubrimos hasta dormirnos.
Cuando las situaciones o contextos nos ponen en un “modo off”, la espera se convierte en un calvario. Angustiados corremos a saciarnos del Otro, cuando el wi-fi se enciende. Somos nuevamente. El mundo comienza a girar y nosotros….con él.
El otro, el mismo es el que prefiero, diría Borges. Online, todos somos héroes de anécdotas triviales. Las dejamos plasmadas es lo etéreo del ciberespacio, constituyendo una huella, imborrable y hartamente archivable. Espejos, reflexiones en la pantallas son lo que visualizamos. Nos lanzamos al rescate de fantasmas heridos, insertando likes a publicaciones lejanas. Nos vinculamos masivamente pero a pedazos, a jirones, lentamente.
¿Cómo será la vida sin ese self digital? Sin ese espejo que se vincula y replica andamiada por un simpático algoritmo. En Cuentos de la Selva, Quiroga nos regala la figura de un almohadón de plumas que se alimenta del cuerpo de una niña. Lo inesperado se hace presente, recordándonos lo frágil de nuestra existencia. Nuestras cabezas se recuestan en la espuma de lo digital. El lugar de descanso, refugio, reposo es al tiempo el espacio de la perdición.
La fusa, un entorno del Buenos Aires del 70, Vinicius de Moraes , nos regala y acaricia con su Canto de Ossanha:
O homem que diz «dou» el hombre que dice «doy»
Não dá! no da!
Porque quem dá mesmo porque quien da
Não diz! no lo dice!
O homem que diz «vou» el hombre que dice «voy»
Não vai! No va!
Porque quando foi porque cuando fue
Já não quis! ya no quiso ir!
O homem que diz «sou» el hombre que dice «soy»
Não é! no es!
La música nos repone aquellas sensaciones que la soledad digital quita. Sherry debería sentir la sutileza de una guitarra, de una poesía como la vertida en Samba en Preludio, Tomara o en Eu sei que te vou amar.
Una llama sin luz, un barco sin mar. La narrativa no solo es epocal sino late en nuestras venas latinoamericanas. Quizás las advertencias de Turkle sean en algún sentido, reflejo de los destellos de esta modernidad tardía. Pero aquí, en donde el barro existe, en donde las velas no solo iluminan noches románticas sino son uso de un fallido proyecto energético, lo digital es supletorio.
Nuestras emergencias son otras: validar espacios de aprendizajes, investigar en condiciones dignas, afianzar nuestras instituciones democráticas, crecer en libertad, ser Universidad en la diversidad.
Borges, en sus versos 1964, decía: ya no seré feliz, tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo. Un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar.
Si. ¿Y el tiempo? El tiempo fue solo un instante.
Teórico presencial unplugged
La versión presencial de este teórico no pudo registrarse debido al ejercicio que se realizó: nadie pudo utilizar sus celulares durante dos horas.
Les dejamos la presentación que se mostró.
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