Realidad o ficción. Cómo establecemos los criterios de aquello que vemos a través de pantallas? Qué criterios tendremos que establecer para poder dilucidar su respuesta? La potencia del realismo, la potencia de la ficción nos hace pararnos en nuestro presente que ha sido moldeado a través de los múltiples procesos de socialización ante los cuales hemos sido acunados y de la propia experiencia de mundo (por el cual hemos ido transitando y experimentado). Nuestro inconsciente ha arborecido en diferentes planos, incorporando texturas, imágenes, sonidos y narrativas: todos elementos expuestos en dicotomías y criterios de verdad.
Por tanto, presentamos la idea desarrollada por la bióloga y filósofa Donna Haraway que la ficción y la realidad, se constituyen en un diálogo constante, presentando posibilidad, mutación y potencia.
Lo relacional implica siempre lo contextual, lo epocal pero como todo diálogo, la dinámica de la complejidad se cuela generando contradicciones. El Aleph cobra presencia. Es insoportable para nuestro consciente ver simultáneamente el (nuestro) universo desde todos los ángulos posibles; un microcosmos que devela todos los ángulos de la existencia. Borges nos ha guiado en este sentido al intentar describir lo que el Aleph nos ha mostrado; las palabras no pueden parecer más que caóticas e inconexas, pues la narración solo puede representar una cosa a la vez, una sucesión de acontecimientos, diluyendo totalmente la posibilidad de aproximarse al principio de simultaneidad. Claro, desde la escritura….ahora desde la ficción?
El Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo. Esta letra se corresponde a la raíz espiritual de todas las letras y, por tanto, de toda el habla humana. En la medida en que esta fue la primera letra oída en la revelación de Dios, se supone que expresa su voluntad y el universo contenido. Así, en la cábala, el Aleph es un principio vital, una energía que encierra todas las posibilidades.
Aleph, místico encuentro del Todo en Uno y del Uno con Todo. Tiempo y espacio en un presente. El Todo, en un indiscriminado vértigo sincrónico, parece haber ofuscado desde siempre la mente humana (incomprensible caos).
El hombre es una construcción moderna, afirma Donna Haraway. Habitantes del Chthuluceno, nos hemos constituído en un espacio-tiempo difractado enmarcados por una Tierra cultivada y sin cultivar, peligrosa pero abundante para criaturas en evolución constante. Vivimos un presente sometido a una crisis permamente, en el que constatamos las enormes y destructivas consecuencias que el progreso ha tenido (y tiene) sobre el medio ambiente. El uso y abuso de la naturaleza (el impacto producido desde el proceso de industrialización como los combates y simulacros atómicos) han impactado en nuestro planeta. Los efectos que la transformación de las actividades humanas durante los últimos 300 años se manifiesta de diferentes formas de devastación ecológica: las llamas en la Amazonia o Australia, el derretimiento del ártico, las nuevas islas de plástico (como la presencia de microplástico), el efecto invernadero manifiesto en la suba de 5 grados de temperatura, el incremento del Ph de nuestros océanos.
Como respuesta a la crisis, surgen ideas de solidaridad, otredad, fluidez. Las mismas buscan contribuir en suavizar y desenmascarar las jerarquizas inamovibles y abrir las rígidas fronteras existentes entre el yo y el Otro. Nos necesitamos recíprocamente en colaboraciones y combinaciones inesperadas. Importa qué materias usamos para pensar otras materias, importa qué historias contamos para contar otras historias, importa qué pensamientos piensan pensamientos, importa qué conocimientos conocen conocimientos. Necesitamos de narrativas y Teorías que nos permitan amplificar y reunir las complejidades. Haraway defiende que los humanos coexisten en interdependencia con otras especies, siendo la afinidad el resultado de la otredad, diferencia y especificad. Nos invita a acabar con las supuestas jerarquías entre especies sugiriendo que la humanidad debería apartarse del pensamiento autopoiético (la idea de que la humanidad pueda existir, hacer y sobrevivir autónomamente) y dirija su mirada hacia el pensamiento simpoético (pensar tentacularmente, actuar y trabajar juntos – entre nosotros y con otras especies.) Replantearse aquello que consideramos normal, verdadero para embarcarnos en un viaje de nuevas formas de comunicarnos, de estar implicados con, de participar de y de enredarnos con nuestro entorno. Desde un pensamiento oficial, podríamos señalar que existimos antes de relacionarnos con, cuando nada existe fuera de la relación. Si pensamos el mundo como configuraciones e interacciones, salimos del excepcionalismo humano.
Asimismo, la mencionada autora, nos advierte sobre dos tentaciones, dos respuestas que se suelen dar ante un problema. Por un lado, la confianza ciega en la tecnología; por otro, dar por terminado el juego, la profecía autocumplida por la que no hay nada que hacer. Ella, confiando en el poder de la imaginación, se sitúa en una tercera vía para la que recurre a la narrativa de la ciencia ficción, tan importante en su pensamiento como el hecho científico. Si su laboratorio es el lenguaje, la manera de narrar es fundamental. En este terreno, podemos imaginar otras realidades. Pensar haciendo mundos de ficción especulativa, en los que aparezcan o resurjan nuevas formas de emparentar.
No hace falta entenderlo todo. No hay soluciones fáciles a problemas complejos. Importa qué historias contamos para contar otras historias.
Dejamos aquí los enlaces de las presentaciones que tuvimos en la semana
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