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Somos los libros que nos hacen ser como somos. Vicisitudes de una obra cincuentenaria que cambió al mundo

Borges alguna vez sostuvo que un buen escritor a lo sumo escribe un par de buenos cuentos a lo largo de toda una vida, y que éstos, a su vez, lamentablemente se parecen mucho los unos con los otros. En su caso creía no haber escrito más que un puñado de cuentos para el recuerdo. Otro tanto cabría decir de los lectores.

Es muy difícil que quienes hemos vivido ya muchas décadas podamos contar en nuestro haber con más de un puñado de obras que nos hayan marcado para siempre cambiando nuestra historia personal e intelectual. En nuestro caso podemos contarlas con los dedos de una mano, se trata en su mayoría de escritos que tienen ya décadas de vida (porque en las tres últimas lo que más nos han marcado han sido dispositivos, plataformas, experiencias, diseños interactivos, de todo, menos monumentos literarios per se), y entre las mismas figura en lugar señero, un breviario del Fondo de Cultura Económica (de una colección total de 10.000 títulos publicados a lo largo de 80 años).

Se trata de la primera (y accidentada como veremos en la NB) traducción al castellano de La estructura de la revoluciones científicas (ERC), publicada originalmente en castellano en marzo de 1971 con una tirada nada menor de 10.000 ejemplares. La primera versión del original en inglés había sido publicada por la editorial de la Universidad de Chicago en 1962 (la segunda edición databa de 1969 y la traducción castellana terminó por suerte ajustándose a ésta).

Este libro del que se vendieron más de 1.5 millones de ejemplares en inglés, cambió para siempre la idea que tenemos de qué es y de cómo opera la ciencia, de las relaciones entre política y conocimiento, de porqué y cómo cambian las ideas científicas, y de cómo se producen las revoluciones conceptuales en la ciencia. Y dado que ésta es el motor de la civilización moderna (en una danza inextricable con la tecnología), la mutación de sus conceptos centrales se ha convertido en una guía operativa para entender la extraña paradoja de un saber que hoy damos por cierto y que cada tantos años, décadas o siglos, es destronado de su sitial privilegiado, para convertirse en opinión o doxa, en una danza fantástica pero desconocida hasta que Kuhn definiera la sintaxis del cambio científico.

Sin debatir si el diagnóstico de Kuhn mira más al pasado que al futuro, no hay duda de que su modelo de ‘explosión de la ciencia’ es atrevido e interesante. El orden de su exposición lo plantea con claridad partiendo de la 1) la ciencia normal; 2) solución de rompecabezas; 3) paradigma, 4) anomalía; 5) crisis y 6) revolución, que establece un nuevo paradigma.

Para Kuhn no se escoge una nueva teoría para reemplazar una más antigua, dado que aquella era más acertada que ésta, sino que se opta por un cambio en la visión del mundo. El libro finaliza con la desconcertante idea de que en la ciencia el progreso no avanza en línea recta hacia la verdad; en realidad, se aleja de concepciones e interacciones con el mundo que resultan menos adecuadas que las actuales.

«Aunque el contenido sea el mismo, el soporte determina inevitablemente nuevas estrategias de lectura»

En 50 años el mundo ha cambiado tanto como en los últimos cinco siglos ¿o no? En el momento de la aparición de la ERC la ciencia reina era la física, la «bomba» estaba por estallar en cualquier momento, el mundo vivía a la sombra de la guerra atómica y al poco tiempo de su publicación estallaba la crisis de los misiles en Cuba.

Justo a fines de 1962 (fecha de la publicación de la primera edición de ERC), el premio Nobel de Fisiología le era otorgado a Francis Crick y James Watson por la biología molecular del ADN (excluyendo injustamente a Rosalyn Franklin la cristalógrafa que ‘adivinó’ la estructura de la molécula), y a John Kendrew por la biología molecular de la hemoglobina. Se trataba de los presagios del cambio de una hegemonía disciplinaria, y hoy la biotecnología es la ciencia que manda.

Además las ciencias de la información y las computadoras han cambiado para siempre la práctica científica, mientras que la experimentación ha sido reemplazada por la simulación computacional. Además la comunicación científica antes confinada a reuniones y congresos y papers validados por pares, se ha abierto en forma irreversible a distintas comunidades heterogéneas y esfuerzos como las Bases de Datos, la ‘Open Source Science’, la Investigación Abierta y el ‘Open Notebook Science’, entre otras.

En un sesudo ensayo 50 años de La estructura Ian Hacking revisa cada una de las secciones centrales de ERC, anota limitaciones, llama la atención acerca de la entronización de la biología como disciplina rectora en sustitución de la física, recuerda la ignorancia de Kuhn (que sobrevaloraba la teoría) frente a los grandes descubrimientos experimentales o instrumentales (que predominan en la cultura y en las organizaciones actualmente), la ausencia de toda referencia a la teoría de la evolución de Darwin, e inventaría la actualidad de las palabras claves de la obra.

De todas ellas hay dos que son especialmente relevantes para nosotros en términos de formación personal y de visión del mundo, de allí la relevancia de la obra de Kuhn como semilla memética. Se trata de las nociones de inconmensurabilidad y de progreso a través de las revoluciones. La primera situó a Kuhn en un terreno imposible: para algunos se habría convertido en el profeta del nuevo relativismo. En otros círculos se lo acusaba de negar la racionalidad misma de la ciencia. El propio Kuhn se asustó de la etiqueta de relativismo (nada peor que lo confundieran con el «Todo Vale» de Paul Feyerabend y su teoría anarquista del conocimiento).

Kuhn, como tantos otros, se apoyó en los hombros de gigantes, tuvo la astucia y la elegancia de pertenecer a instituciones que lo moldearon y rodearon de sabios en una memética impar. No solo estudió física en la Universidad de Harvard trabajando en la teoría del estado sólido con John Van Vleck —Premio Nobel de Física en 1978—, sino que en 1947 participó de uno de los cursos de ciencia para no científicos organizados por James Conant. Adentrándose en la física de Aristóteles, Kuhn descubrió las revoluciones científicas en la discontinuidad entre aquella y la física de Galileo y Newton.

Como ‘Junior Fellow’ de la ‘Harvard Society of Fellows’ exploró diversos trabajos relacionados con sus preocupaciones por el desarrollo del conocimiento (entre ellos, la psicología evolutiva de Jean Piaget, la psicología de la Gestalt, la epistemología antipositivista y sociológica de Ludwig Fleck, la teoría lingüística de Benjamin Lee Whorf y sobre todo los trabajos de historiadores que parten de una epistemología de raigambre kantiana, como Emile Meyerson, así como de Alexander Koyré, quien subraya la discontinuidad entre los sistemas científicos y la no acumulación del conocimiento, las obras pioneras de Michael Polanyi sobre el conocimiento tácito, de Norwood R. Hanson sobre la carga teórica de las observaciones, de Pierre Duhem y William V. Quine).

De allí en más Kuhn, quien fue también ‘Guggenheim Fellow’, trabajó como profesor asistente en el área de Educación General e Historia de la Ciencia de Harvard (1951-1956). Formó parte de la planta académica de la Universidad de California, en Berkeley, en el Departamento de Historia de la Ciencia (1956- 1964). Pasó una temporada clave en el ‘Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Stanford’ (1958 -1959) donde descubrió la importancia del aprendizaje de ejemplos paradigmáticos tanto para el procesamiento de información como para la solución de problemas.

En 1964 se incorporó a la Universidad de Princeton y fue miembro del ‘Institute of Advanced Study’ de 1972 a 1979. Durante su estancia en Princeton, Kuhn mantuvo un intenso intercambio de ideas con Carl Hempel – a quien consideró su “querido mentor” hasta el final de su vida –. Finalmente, Kuhn se trasladó en 1979 al Massachusetts Institute of Technology (MIT) como profesor de Filosofía e Historia de la Ciencia, donde permaneció activo hasta 1992.

Su veta discontinuista, por lo tanto, no brotó de la nada sino que muchas de sus ideas fueron anticipadas por autores que nos son muy caros. Pero el gran mérito de Kuhn es haberlas articulado, junto con sus tesis más originales, en una concepción global donde cristaliza una nueva imagen de la ciencia.

La actualidad de sus propuestas sufrió las ‘epistemomorfosis‘ propias de cualquier lectura valiosa de una porción del mundo, y en este caso de la muy especial que es la constituida por los trabajos científicos. El vaivén en la dinámica del rechazo y la incorporación y trivialización de los nuevos conceptos fueron muy bien anticipados por Richard Bernstein (recapitulando la visión de William James acerca de las distintas etapas en la carrera de una teoría) tal como nos lo recuerda Ana Rosa Pérez Ransanz.

«Primero, una nueva teoría es atacada como absurda; luego se admite que es verdadera, pero obvia e insignificante; finalmente se considera tan importante que sus adversarios afirman que ellos mismos la descubrieron».

Lo cierto es que la ERC inventó un nuevo paradigma en la investigación sobre la ciencia. Sus planteamientos sobre las revoluciones científicas constituyen, a su vez, una revolución metacientífica, es decir, una revolución en el nivel del análisis de la ciencia.

Kuhn fue uno de los primeros (Robert Merton se había quedado a mitad de camino en la tarea) en ‘desmomizar’ a la ciencia. Al excederse en su voluntad de respeto por la ella, deshistorizándola, la había convertido en una caricatura (de paso despolitizándola hasta el absurdo). El aporte indeleble de Kuhn al mundo moderno es haber insistido hasta el hartazgo en que la ciencia (como la política) es un fenómeno fundamentalmente histórico.

Después de Kuhn ya no fue posible hacer filosofía (ni sociología, ni historia ni psicología, ni antropología) de la ciencia como antes. La vigencia de Kuhn es tan grande pero está ampliamente desaprovechada. Con ya casi 50 años de Internet a nuestra espaldas (casualmente la segunda edición de su libro apareció en el mismo año de creación de la Red) es hora de que lo pongamos en movimiento para repensar la red, sus orígenes, sus contradicciones, sus tensiones esenciales y sobretodo su transformación de ‘ciencia revolucionaria’ en ‘ciencia normal’ y lo que vendrá.

Nota Adicional: la primer oferta de traducción de la ERC le llegó al director del FCE, Arnaldo Orfila Reynal, en 1965 pero el proceso de traducción, que a lo sumo debería haber empezado en febrero de 1966, pasó al olvido por cambios en la dirección del Fondo. En enero del 68 se retomó el proceso pero el contrato de traducción se agotaba. Se perdieron al menos tres originales de la obra a traducir. En 1970 se canceló el contrato y se solicitó una prórroga aduciéndose que el traductor se había involucrado en el movimiento estudiantil y había sido arrestado después de la matanza de Tlatelolco. El agente pidió en las regalías , en el ínterin apareció una 2da edición en inglés, y el libro terminaría de imprimirse, por fin, en marzo de 1971. Se tiraron diez mil ejemplares. Nuevos cambios de gestión en FCE incumplieron con nuevas condiciones de la traducción, y en 1973 la Universidad de Chicago canceló la licencia de traducción otorgada. Todo se arregla recién en 1975 (10 años más tarde de iniciada la gesta) al comprobarse la venta (y pago correspondiente de regalías) de siete mil ejemplares a lo largo de dos años y medio. Pero en 1975 una filósofa se queja de la malísima traducción, algo que recién se subsanará con una nueva versión en el año 2000. No solo casi nos perdimos un clásico, sin el cual esta nota no habría sido posible, sino que encima lo leímos mal y a destiempo. La historia de cómo la ciencia opera se aplicó recursivamente a la traducción de la obra que nos lo explica.

Referencias

Bernstein, Richard J. Beyond Objectivism and Relativism. Science, Hermeneutics, and Praxis. Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1983.
Hacking, Ian 50 años de la estructura. La Gaceta del Fondo de Cultura Económico, Septiembre, 2012.
Kuhn, Thomas S. La estructura de las revoluciones científicas. México, FCE, 1972.
Perez Ransanz, Ana Rosa. Kuhn y el cambio científico, México, FCE, 1999
Vargas, Rafael Como (casi) perder un clásico. La Gaceta del Fondo de Cultura Económico, Septiembre, 2012.

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