Al comienzo de su Excommunications: Three Inquiries into Media and Mediation, Eugene Thacker, Alexander Galloway y McKenzie Wark evalúan el panorama de los Media Studies. En su visión, el análisis de los medios masivos ha obtenido una gran acogida en los estudios de los medios y, de igual manera, los nuevos medios que han revolucionado los medios masivos, también han llamado la atención de muchos teóricos y departamentos de Media Studies, quienes se tropiezan para alcanzar una definición de “New Media” que, a veces, llega tan lejos como las definiciones lelas de Web 2.0 y Web 3.0. Lo que es nuevo, al parecer, es la etiqueta.
Sin embargo, estas etiquetas deben ser entendidas como una manera de organizar bibliotecas de información, una taxonomía, más que como una definición de lo que se está leyendo. Tomemos al movimiento disparatado del Realismo Especulativo, con sus ramas de Ontología Orientada A Objetos, Filosofía Orientada a Objetos (son diferentes, como sus seguidores, discípulos y embelesados por el withdrawal y el allure de Graham Harman podrán decir), la Filosofía de la Naturaleza, el Materialismo Especulativo, el Nihilismo, entre otros. La etiqueta, basada en una conferencia de Goldsmiths organizada por Alberto Toscano, no dice nada de los cuatro proponentes de esta nueva filosofía: Ray Brassier, Graham Harman, Quentin Meillasoux y Iain Hamilton Grant.
¿Así que cuál es la situación con una etiqueta como la “New Media” de los Media Studies? La bastardización debería ser notoria desde que el “New” se instala antes que el Media, parasitando al mismo tiempo que brinda la apariencia de alguna reforma. El espectro de lo “nuevo” no puede ser definido por los mismos teóricos de una manera que sea, Dios nos salve, teórica. Esto nos habla más del decaído estado de una academia tratando con todas sus esfuerzos de mantenerse a flote al adoptar cualquier cosa actual. Lo nuevo de estos medios se convierte en novedad y como novedad, no es en absoluto curioso que los proponentes de dicha etiqueta no sepan bien qué exactamente están haciendo. El resplandor del nuevo aparato se ve para el académico desgastado como una oportunidad de hacer su syllabus más actual.
De esto se lamentan Galloway, Thacker y Wark. En Excommunications, los tres nos hablan brevemente del estado lamentable de los estudios teóricos de los medios antes que dar su diagnóstico. Un regreso a lo más básico, teorizar las palabras y hacer que los conceptos que emerjan sean robustos. En todo Excommunications, estos tres teóricos tratan de desarrollar una teoría de la excomunicación, de la xenocomunicación y la teorización de los intermediarios. Lo que parece ser un movimiento puramente lingüístico se convierte en una manera de teorizar sobre las fundamentos en los que yacen los cimientos de los Media Studies. De esta manera, la pregunta ¿qué hay de nuevo con los nuevos medios? se convierte en accesoria. Si tenemos que seguir definiendo qué hay de nuevo con los nuevos medios, nos acercamos más a una campaña de marketing sobre una palabra más que a una teoría. A tal punto, el teórico debe ver su demacrado rostro al espejo y pensar seriamente en su capacidad teórica. Esta recomendación vulgarmente denominada “existencialista”, sin embargo, debe estar en el núcleo de cualquier carrera. Si no sabemos exactamente qué estamos haciendo, quizá no deberíamos entrar a hacerlo nada más, especialmente en lo que a teorízar respecta. Es en esta elevación de los “nuevos medios” en tanto novedades que encontramos la futilidad de la teoría. Mismos mecanismos de análisis, misma transposición, mismo revisionismo de las teorías que funcionaban previamente, misma no-creación de no-teorías que hacen no-algo.
La fatiga teórica al leer esta clase de teoría vulgar es palpable en cada espacio de clases en el que se pasa más tiempo vendiendo a una computadora como a un aparato revolucionario que de hecho estudiando la tecnología (¿es coincidencia que dichos profesores, instructores, ‘cuasi’ educadores no sepan manejar las mismas tecnologías de las cuales predican?) ¿De qué sirve la teoría, después de todo, si es que no logramos manejar el objeto en sí? Dicha lección es antigua –aquí nadie evoca algo nuevo- y puede ser retrazada a Hegel, Kant, Marx, nómbrenlos. Que nos tardemos más en definir los nuevos medios que de hecho estudiándolos, hablan de la esencial inutilidad de su nombramiento. Qué no sepamos como usarlos es solo un defecto colateral de la gran bancarrota intelectual en la cual se encuentran las instituciones.
En su blog, y en Excommunications, Galloway afirma que Alemania está al frente de los Media Studies y es bueno saber que la New York School of Media no se olvida de todo lo que ocurre al otro lado del Mundo. ¿Pero por qué caracterizar a Alemania como al país que mas avanza en los Media Studies y no solo se queda atrás, esperando que el siguiente “medio” emerja? Los Media Studies Alemanes parten de un legado histórico extremadamente fuerte, sí, pero esto es de esperarse de un país europeo que tiene bajo sus filas a eminentes teóricos como Heidegger, Hegel, Marx, entre otros. La respuesta es más simple de lo que uno espera. La genialidad de los Media Studies Alemanes puede ser resumida en la tendenciosa frase de Friedrich Kittler: “there is no software”.
La frase, y el nombre del artículo, deben hacernos pensar. Quizá esta clase de provocación pueda ser hecha en esferas más abstractas y quizá por autores de otros países (“no hay nada afuera del texto”), pero la jugada retórica de Kittler esconde una base concreta. Su punto, expresado con su enrevesamiento característico, es que debemos mirar a la realidad concreta de las cosas. En términos puntuales: el soporte material. No hay software, en última instancia, porque los procesos del software son habilitados por la base material del hardware. Este movimiento eliminativista nos brinda ecos a similares declaraciones en otras esferas, como la filosofía de la mente o la neurofilosofía. El punto de Kittler, sin embargo, es que debemos saber cómo funcionan las cosas. Párenme si han oído eso antes.
Programmare Aude! nos dice Kittler y tal lección debería ya haber sido aprendida y más que matizada por los teóricos de los nuevos medios. Pero el dictum cae en oídos sordos, mansos y simplistas. El elevamiento de la programación y su respectiva habilidad no está hecho solo para llevarnos a ser parte de las nuevas economías, lo cual parece ser el llamado de muchos “teóricos” cuando exigen que los niños aprendan a programar. La máxima kittleriana nos debe llevar a la reconfiguración teórica de nuestras más asentadas creencias para que la realidad afecte a la teoría y la teoría afecte a la realidad.
Aunque este movimiento no es explícitamente marxista, quizá deba ser enunciado como tal dada la apropiación de estos lemas por parte del mercado laboral. La auto-conciencia de cómo funcionan los medios nos debe llevar no simplemente a la predicación cuasi-evangelista de una buena nueva y el advenimiento de la Gran Transformación Mediática, sino a la teorización y re-evaluación de lo que los medios hacen. La materialidad de los medios nos condiciona. Esto debe ser asumido en sus términos más simples: nuestro nuevo gadget nos da opciones, un espacio de posibilidad donde la posibilidad está demarcada como los tiros de un dado. El diseñador inteligente, sin embargo, es una empresa (aunque nos preguntemos cuál es la diferencia, en este punto, entre un Dios y una empresa; solo puedo pensar en una, esta última no es ficción).
¿Debe la gran lección kittleriana ser repetida? Quizá sí, especialmente cuando inyecta nueva vida a un campo que está continuamente bajo ataque por la literatura barata sobre la revolución de los medios y la “novedad” ideológica que hace que entre el teórico de turno y un fanático de Apple no haya diferencia alguna. Las provocaciones de Kittler deben ser tomadas con la agresividad con las que inicialmente fueron enunciadas. Solo así volveremos a las cosas en sí, en vez de simplemente retomar una teorización basada en el aire. La lección de Kittler ha sido mejor tomada, irónicamente, no por sus mismos seguidores, sino por las personas que lo polemizan, matizan, corrompen y utilizan de manera productiva. ¿Dé que sirve ser una oveja más de un guía que ya no está? La herejía no se presenta como un simple bricolaje, sino como un intento de originalidad que no carece de potencia.
La notoria conciencia histórica alemana se hace aquí presente. El punto no es negar la existencia de Kittler y pretender como si no hubiera pasado, no. La tarea máxima es la superación de dicha figura tomando en cuenta su puesto en el canon. El escupitajo en el rostro, la falta de respeto fundamental a una entidad reconocida como tal, es lo que en última instancia nos lleva a la polemica de posiciones. La diferencia que hay con los teóricos de otros lugares que simplemente pretenden que nada sucedió. Ningún Kittler, ningún Lovink, ningún Berardi, ningún Zielinski. El gesto de no-reconocimiento señala la ausencia de auto-conciencia.
Una de las figuras post-Kittler con más resonancia en la escena teórica alemana, asi como también en círculos anglosajones gracias a sus recientes traducciones, es Wolfgang Ernst. Por todos lados hemos escuchado con atención el llamado a una Arqueología de los Medios –no tanto como “Nuevos Medios”, el término es menos glamoroso-, y es que el gesto formidablemente foucaltiano tiene diversas iteraciones que hacen difícil encontrar el núcleo del tema. Hay variaciones en todas partes, pero la que más se resalta actualmente es la variación de Ernst. La razón retumba con nuestras afectaciones kittlerianas: el objetivo de Ernst no es tanto estudiar los medios en sí como hacerlos funcionar. La idea es saber cómo funcionan las cosas y, adicionalmente, hacerlas funcionar para obtener un mejor alcance de conocimiento sobre estas y cómo es que pueden, a su vez, configurar nuevas temporalidades. La jugada arqueológica, en el sentido de Foucault, se puede ver aquí en todo su esplendor: la historia se hace ahora.
Es así como llegamos al time-critical media de Wolfgang Ernst y a su gesto fundamentalmente hacedor (maker). Lo concreto, lo material, no solo está frente a mí como objeto de estudio, debemos hacer que funcione para saber qué es lo que hace en tiempo real. Lo que esto facilita a los estudios de los medios es pasar de la teorización inmanente a una operativización de la inmanencia. No llama a que todos sean ingenieros ni mucho menos, pero, como Kittler, nos exige re-pensar nuestra relación con los “medios” concretos, los cuales conllevan sus propias escalas temporales y modus operandi.
La Universidad de Humboldt le da a Ernst la oportunidad de contar el Media Archeological Fundus. Un lugar donde los “medios” se guardan, se toman, se editan, se hacen funcionar y se estudian. Un fantástico ejemplo de cómo la arqueología de los medios y el time-critical media, siguiendo a Kittler, deshacen y rehacen nuestros enfoques teóricos y nos impulsan a ir más allá de la mediocre especulación y el duelo terminológico, devenido marketinesco, que lleva a la superficialidad teórica. La política temporal de los medios, por otra parte, exigen la profundidad y la exploración. Dile hola a lo nuevo mediante lo viejo, ¿alguna vez fue diferente?
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