Museos si, Bibliotecas no
En algún sentido los museos le han sacado gran ventaja a las bibliotecas. Algunos museos… a la mayoría de las bibliotecas. Y muy especialmente algunos museos grandes, monumentales, que podrían haber perdido la oportunidad histórica de reinventarse, pero que lo han logrado con un garbo y una eficacia realmente sorprendentes, esos si que van muchos años por delante. Puede ser porque han gestado nuevos espacios convirtiéndose en epítomes de la arqueología industrial como fue el caso de la Nueva Tate, por haber tarsvestido al museo en un gran negocio inmobiliario y haberse asi asegurado la estabilidad financiera y la tranquilidad de espíritu para ir mas allá de cualquier restricción económica, como fue el caso del New MOMA. Quizás por haber reinventado a una ciudad toda como fue el caso del Guggenheim Bilbao ( Iñaki Esteban El efecto Guggenheim Del espacio basura al ornamento ha reconstruido este proceso de des-remuseuzisación en forma brillante).
Pero también porque no solo han sido capaces de conseguir un mestizaje e hibridación monumentales como fue el caso de la ampliación Jean Nouvel finalziada en 2005 del Reina Sofia (odiado por muchos, amado por muchos como es nuestro caso), sino que han convertido esa ganancia de espacio, de franquicias arquitectónicas, de simultaneidad de muestras y colecciones, en un detector de tendencias, en un puente intachable de conexiones entre el pasado reciente y no tanto y nuestra contemporaneidad, pero sobretodo en un genealogista de la incomodidad, el disconformismo, y sobretodo el valor de choque de las experiencias cotidianas. Como está ocurriendo con la actual exposición Playgrounds. Reinventar la plaza
Exposiciones que laten al compás del mundo, sino antes
La museología no es nuestro metier, visitar museos no es nuestra debilidad, y la apreciación estética tampoco pasa por nuestro pasatiempo favorito, pero no hay vez que surquemos por Madrid que no visitemos el complejo (que no el museo) Reina Sofia. Ya sea para naufragar en el mar de libros exquisitos que inundan pisos atiborrados de novedades y clásicos muchas veces temáticamente arropados en la librería Central, otras para gozar de ricos cafés y frescos churros en su cafetería, buscando visitar su mayestática biblioteca y ocasionalmente entrando al museo propiamente dicho.
Vagar por el gigantesco pasillo de la nueva sede adornada con esa bella escultura de Dubuffet, subir hasta la terraza, pispear el movimiento de los pigmeos humanos que se agolpan en la planta baja, sentir sensaciones y emociones que no tienen nada que envidiar a las de los parques de atracciones, aunque ese no sea su «core» como nos recordaba hace un par de días Juan Vieites Bosch CIO de Parques Unidos, a quien conocimos en la casa de Juanjo Fraile el pasado jueves.
Y aunque nuestras visitas a exposiciones temporales se cuentan con los dedos de las manos ha habido tres recientes, la dedicada a Val del Omar, la centrada en los precursores de la música electrónica como Flux Cage et al ± I96I La expansión de las artes, pero sobretodo la que acabamos de visitar anteayer Playgrounds Reinventar la plaza las que nos alertaron acerca del funcionamiento del Reina Sofia como Dispositivo.
No todo lo que se encapsula se apolilla
Estamos viviendo tiempos de mas confusión (porque todos son confusos para quienes prestan algo de atención) que los de costumbre. Con paradojas que esmerilan el paradigma de simplicidad, con el que solemos afrontar el presente. Porque nunca hubo mas violencia amortajada que en el presente (si claro Siria es un pain in the ass, Putin mata chechenos y anexa Crimeas, el Tío Sam nos espía mejor que nunca, los piratas somalíes cada tanto se desbocan, pero al final terminan dando argumentos para películas, o para videojuegos).
Como bien lo intuyó Steven Pinker en su asombroso último libro Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones como quedó claro en la última obra de Ian Morris War! What Is It Good For?: Conflict and the Progress of Civilization from Primates to Robots acerca del caracter civilizatorio de la guerra, por un lado hay menos muertos por año (a pesar de que seguimos creciendo como conejos, éramos 2.000 millones hace 60 años y hoy ya somos 7300 millones) que nunca antes en la historia contabilizada.
Por el otro el carácter regulador de las macroguerras termina estabilizando la violencia irrefrenable humana (potenciada por el poder destructor del armamento actual, la industria mas rentable de todas (U$ 1.5 billones, 2.7% PMB). Lo cierto es que la nuestra es una etapa relativamente pacífica (que paradójicamente muestra la imposibilidad de crear empleo a las tasas demográficas actuales atizando una conjetura sombría: ¿y si la próxima guerra no fuese por el agua, el coltán, o los diamantes, el oro o el petróleo, sino por el trabajo).
Paradojas decimos que se arremolinan sin parar.
Porque nunca hubo tanta abundancia sobre la tierra (¿o acaso los U$ 84 billones actuales del PBI (en PPP) no ensombrecen la retroproyección que hacemos de los míticos años 70 como el mejor momento de la historia? ¿O acaso la facilidad con la que transportamos, producimos, circulamos, nos telecomunicamos, contamos con una masa de 1.000 millones de turistas anuales, no pone de manifiesto que la nuestra es sin dudas la era de la Bonanza, las cornucopias, lo pletórico, casi la reconciliación del cielo con la tierra que nos prometía Hegel en la fenomenología de la experiencia de la conciencia?
Lo mismo aplica a la función de los dispositivos de neutralización, historización y estetización, es decir al rol canónico de los museos. Es bueno pensar contra, es bueno llevar la contra, es bueno no sucumbir fácilmente al espíritu del redil. Los museos tradicionalmente funcionan como espacios de depósito para los consagrados. Entrar al museo significa a veces un salvataje económico, otros un reconocimiento casi siempre tardío de alguna potencia creativa. Pero la temporalidad del museo está siempre desfasada. Resuena aun la cacofonía que provocó la exposición de los impresionistas (rechazados en 1863) cuando se la quiso introducir en un museo (salón) antes de tiempo.
Así las cosas el museo aparecería como neutralizador de las diferencias, como compensador de las distintas temperaturas estéticas y críticas y sobretodo como caja de compensación que pone en resonancia un afuera demasiado turbulento con un adentro demasiado cansado o adormilado, pero siempre dispuesto a recoger lo mejor, lo mas intenso y lo mas inolvidable de la historia. Para narcotizarlo!
Una vez es casualidad, dos es casi destino
Cuando visitamos la exposición dedicada a Val del Omar (que nos sugiriera Pedro Giménez del Zemos 98 en una visita a Buenos Aires) un McLuhan español avant la lettre, aspiramos una primera bocanada de aire fresco. Si no hubiese sido por esa recuperación hubiésemos perdido de vista a un creador tenaz, a un coolhunter clarividente, a un explorador de los intersticios, pero sobretodo a un movilizador de gente del común, a un inventor de plataformas de colaboración (a fines de los años 1920!!!) y a un democratizador de las capacidad expresivas, como rara vez hemos conocido.
Al devolvernos a Val del Omar, el Reina Sofia estaba matando demasiados pájaros de un tiro como para no hacer cortocicuito con la función adormecedora y bien pensante de los museos, sin al mismo tiempo revelar uno de sus secretos mejor guardados. Que los (algunos) museos, (algunas) veces funcionan como resucitadores de las experiencias mas intensas, desentumecedoras y, sobretodo, anticipadoras del futuro, que jamás hubiésemos podido imaginar.
Porque al revivir a Val del Omar lo que el Reina Sofia estaba haciendo no era tanto inmortalizar su función histórica, como mostrar que hace ya casi un siglo, alguien astuto con herramientas mínimas, pero con ideas claras, voluntad aguerrida y capacidad de síntesis había logrado plasmar un dispositivo de modificación del comportamiento de características inéditas y que bien merece ser replicado/amplificado en nuestros días.
Museos en paralelo
Aunque es difícil imaginar si otras instituciones podrían hacer algo parecido, una simple comparación con exposiciones levemente parecidas como ha hecho la Caixa Forum en los últimos años (pensando en especial en las dedicadas a Fellini, a Melies y ahora al genio creativo de Pixar), nos hacen suponer que los lugares y funciones no son intercambiables, y que tampoco los efectos pueden parangonarse. Porque mientras que las exposiciones de la Caixa Forum son hagiográficas (a veces revulsivas), descriptivas, reconstructivas y fundamentalmente meticulosas y esplendorosas, lo que hace el Reina Sofía es totalmente distinto.
Y para ello nada mejor que poner en resonancia las dos experiencias que están teniendo lugar a pocas cuadras de distancia una de la otra, cual son por un lado la recién mencionada exhibición Pixar, y en el Reina Sofía la dedicada a Playgrounds: Reinventar la plaza.. De la primera algo diremos en otra ocasión, en lo que queda de estos apuntes nos dedicaremos a Playgrounds (contra nuestros principios finalmente compramos el catalogo de la exposición que cuesta la friolera de 40 euros) porque fue el breve tiempo que le dedicamos a la visita lo que disparó esta revelación acerca del funcionamiento contra- o para-institucional del Reina Sofía.
Juego y espacios públicos
Una cosa es exponer (solo) cuadros y otra muy diferente es poner en exhibición la vida cotidiana. Una cosa era exponer a una familia burguesa en el Instituto Torcuato di Tella en 1969 y re-presentar (clonándola) esa puesta en escena en 1998, como hizo Proa en Buenos Aires reeditando lo mismo pero que al ser visto con ojos 30 años mas jóvenes difícilmente vieron que lo que en su momento era intensidad ahora solo trasmitía nostalgia.
Pero algo muy distinto es lo que hace el Reina Sofía al desempolvar piezas de intervención urbanas y mostrarlas, no tanto como dejá vu sino como sondas a futuro, no tanto como ruinas de un pasado (hermoso o no tanto), sino como promesas de un futuro que muchos anhelamos, y que algunos vivieron porque se animaron hace un siglo o un año atrás a bajar a las calles.
En el caso de Playgrounds se trata de revisitar el potencial socializador, transgresor y político del juego encarnado en el espacio público. Mijail Bhaktin en «Carnival and Carnivalesque» insistía en que la función popular del carnaval era reinventar/trascender lo cotidiano devaluado como mero ejercicio de supervivencia. El capitalismo tiene un talento sin fin para convertir cualquier experiencia en una tajada de consumo, cada deseo en un objeto que lo sacie intermitentemente, todo intento de sobrepasar su corset convertido ipso facto en una mera mueca que jamás escapa a la astucia de la razón consumista.
Curiosamente, pero sobretodo a partir de la invención del trabajo a fines del siglo XVII, ver la monumental obra de Fernando Diez Rodriguez Homo Faber. Historia intelectual del trabajo 1675-1945, Siglo XXI, 2013) el imaginario utópico moderno ha venido luchando con ganas por diferenciar la esfera del trabajo del tiempo libre. Pero a diferencia del capitalismo que quiere encapsular el tiempo libre en zonas de consumo pautadas (siendo su consagración los parques temáticos), para los libertarios y anticonsumistas ese lugar debe estar asociado a una comunidad de bienes públicos que se materializa en la experiencia de la participacion ciudadana.
La exposición del Reina Sofía se esmera en mostrar que las acampadas, la ocupación de las plazas de Tahrir (El Cairo), Sol (Madrid), Syntagma (Atenas), Zucotti (New York), exploraron a la ciudad como tablero de juego, investigaron/enactuaron formas actuales de encarnación del carnaval, reivindicaron el derecho a la pereza y reinventaron/rediseñaron a la plaza pública como lugar de revuelta del homo ludens. Se trataba de descubrir las posibilidades de un nuevo mundo a partir de los desechos del que no termina de partir.
El modelo playground como plataforma que desbarata un presente alienado y consumista
No seamos reduccionistas, el consumo también sirve para pensar. Pero ello no quiere decir que no sirva también para criticar los usos torpes y desviados del capitalismo avanzado, Desde hace siglos el capitalismo está convirtiendo al tiempo libre en tiempo de consumo. Derivado de una planificación racional y utilitaria de la ciudad, el parque público cumple las veces de paraíso colectivo, que desde hace siglo y medio da origen a los grandes equipamientos urbanos de consumo y de diversión de masas. El playground se origina en uno de los puntos claves de la ideología moderna de lo público. El «planificacionismo» y la igualación de los espacios y de los movimientos, que exige ser aplicado al esparcimiento, al ocio y al tiempo libre de los ciudadanos.
Pero toda acción conlleva una reacción. En 1935 el arquitecto danés Carl Theodor Sorensen propuso crear parques de juego en descampados atizando la furia racionalista. Lo mismo sucedió en el Reino Unido con la idea de parques infantiles de aventuras proyectados por la arquitecta paisajista Lady Allen of Hurtwood que reciclaba áreas residuales o zonas bombardeadas, como espacios de juegos destinados a la autonomía infantil.
En los años sesenta, el niño es reinvindicado como sujeto politice autónomo, los ciudadanos quieren recuperar sus ciudades, el espíritu de Mayo 68 (que alcancé a percibir en enero de 1969 en Paris) arrasó con capitales y latitudes (ver Carlos Fuentes 1968), la figura del homo ludens salió del closet y amenzó arrasar con todo (chienlit denominaría De Gaulle a la algarada sin saber que su miopía era el pasaporte para su propia jubilación política (y muerte) meses mas tarde).
La exhibición Playgrounds en el Reina Sofía nos recuerda que los procesos de activismo social de las últimas décadas, la carnavalización de la acción (en las antípodas de la farandulización a la Tinelli) es un condensado de la mejor politica de todos los tiempos. La ocupación urbi et orbe (con casi 80 años de delay respecto de las iniciativas de Sorensen y Lady Allen) de las plazas, calles y barrios, devolvieron a esos espacios sedentarizados, pacificados, controlados, su dimensión pública y democrática.
La ocupación temporal (destinada obviamente a empezar y terminar en horas, días o meses) antes que un fracaso de la contestación debe ser vista como un recordatorio del carácter temporal (TAZ) de su insubordinación. La piel de la cultura casi siempre oprime, pero cada tanto se desgarra. La ocupación temporal (articulada/amplificada por las redes sociales) es un ensayo general de la insurrección (cíclica, intermitente, diapasónica). Implica una reapropiación de lo político y la experimentación de otras formas de organización y vida en común articulando/rearticulando bocetos y propuestas.
De revoluciones triunfantes, traicionadas e intermitentes.
La suerte que favorece a la mente preparada como bien nos enseñó Steven Johnson en Las buenas ideas. Una historia natural de la innovación) nos depositó en la Puerta de Sol justo cuando empezaban las movilizaciones «salvajes» de 2010. A los pocos días ocurrió otro tanto en Barcelona. En alguna vida pasada habíamos participado de algaradas semejantes. Pero si bien nos mimetizamos en ese entonces con la multitud fuimos muy condescendientes con nuestra evaluación del presente viviente/vivido. Sapientes de que a las pocas días/semanas se desocuparía la plaza, de que al poco tiempo no quedaría vestigio de tamaño descontrol social (y lo que faltaba esta por ocurrir: Apple inaugurará su elefantiásico store a un costado de la plaza), nos parecía que toda esa energía era despilfarro sin consecuencias políticas. Un mero simulacro a lo Baudrillard.
Nos equivocamos varias veces, no entendimos que lo que estaba ocurriendo aquí a pocas cuadras, y en muchas partes era una depense (Derrida), un gaspillage (Bataille), una insurgencia situacionista (ver Sadie Plant. El gesto mas radical. La internacional situacionista). Sin que lo supiéramos entonces hechos con no menos potencia y expansión habian ocurrido en Londres 20 años antes: 1993 los okupas toman las casas de la calle londinense Claremont Road, Reclaim the streets en 1995 crea un ciudad gratuita,(Julia Ramírez Blanco Utopías artísticas de revuelta).
El espíritu del mundo estaba pasando bajo nuestra ventana, los indignados encarnaban el carnaval, lo público estaba siendo tensado de la mejor manera posible, y nosotros no nos alegrábamos como debíamos, en ese tiempo tan real entonces. Que contrastábamos obstinadamente con el Mayo Francés, o el cordobazo argentino del 1969 (esos si mucho mas reales, creíamos entonces).
Por suerte el Reina Sofía al montar esta exposición unió los puntos de una figura que no alcanzábamos a distinguir en 2010. No solo conectó las propuestas de Sorensen con las de Lady Allen, sino al Mayo francés con el enero Egipcio, a Bakhtin con Proudhom, a Lafargue con las Pussy Riots (imperdible su reciente…Desorden púbico. Una plegaria punk por la libertad) y al mismo tiempo le regeneró el poder anamnésico y de reciclaje de tendencias de los museos capaces de crear experiencias (traspolándolas) de un valor único.
El Reina Sofia es un dispositivo carnavalesco, aunque en sus salas todo discurra prístino e intachable. Pero entrar, pispear, zurcir y rememorar, en vez de adormecernos nos despierta, en vez de volvernos nostálgicos, nos comvierte en futuristas, en vez de apelar a nuestra vena culturosa nos desata lo mas activo y deseante que tenemos qua animales políticos. Madrid es una fiesta ay ay ay.
Y se acaba nuestro periplo, fueron 6 días de una intensidad ininterrumpida, de contactos, conexiones y puestas en común asombrosas, de cruces y de visitas imparables, de nuevos amidos y compañeros de ruta. Habíamos estado decena de veces en Madrid pero la alquimia tuvo lugar en este viaje, el enésimo. Que no se rompa el hilo. Bye hasta mañana volviendo en un tren de mediana distancia de Peñaranda de Bracamonte, nombre cervantino por si hiciera falta. Que rico que almorzamos, que buena gente que es Joaquin Pinto, cuantas cosas hay por ver/hacer/sentir/desplegar.
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